Se enderezó y un pinchazo en el cuello le avisó que era hora de descansar. Cuando pintaba se introducía tanto en el cuadro que se olvidaba de comer, beber e incluso dormir. No existía para nadie, era su momento de creación. Desde pequeña tuvo mucha imaginación y la mayoría de sus dibujos eran de criaturas extrañas que aparecían en su cabeza. Sus padres siempre le dijeron que no paraba de contar fantasías, sin embargo, a ella le encantaban las imágenes que venían a su mente para después poder transformarlas en el lienzo.
Desde hacía varios
meses, tenía sueños muy extraños. Una misteriosa voz la llamaba cuando
dormía, no dejaba de repetir su nombre y cada vez la oía más cerca. La
primera vez que la escuchó estaba sentada en una gran fuente observando
el agua y en el fondo había varias monedas que se transformaban en
pequeños pececillos. Las gotas que salpicaban se convertían en su flor
favorita, la que había creado en su mente desde niña; margaritas, pero
cada pétalo era de un color distinto formando el arco iris.
Iba a coger una, pero detrás de ella un suave susurro la estremeció.
—Ivy, como me gustaría tocarte...