Después de
aquel intenso momento que habían vivido, de nuevo estaban viendo la película.
Él agarraba su mano y, de vez en cuando, acariciaba sus dedos. De no haber sido
por el calor que seguía teniendo su cuerpo y porque todas sus terminaciones
nerviosas estaban en tensión, haciendo que se sintiera sensible y receptiva,
Tara habría pensado que nada de aquello había ocurrido.
La situación
no era muy cómoda. Ahora que ambos habían saciado sus instintos quedaba el
«después». No sabía ni su nombre, ni si se volverían a ver; y solo pensar que
no podría tocarlo de nuevo la angustiaba de una forma que no comprendía. Todo
lo que envolvía a este hombre hacía que se sintiera extraña, salvaje, confusa y
excitada. Demasiadas sensaciones juntas.
En la
pantallaapareció la palabra que en ese momento más temía: «Fin». No podía
evitar preguntarse si era también el «fin» de todo aquello. Tara decidió ser
ella quien pusiera punto y final a esa situación. Le soltó la
mano y se levantó para irse. Él la siguió. Percibía su arrolladora presencia en
su espalda.
Salieron
las parejas que quedaban y la soledad los rodeó a ambos en el pasillo del cine.
Tara vio el cartel de los aseos y pensó que los utilizaría como excusa para
escaparse de él:
—Bueno,
encantada. —Se dio la vuelta y le dio un rápido beso en la mejilla. No le dejó
decir nada más.
Sintió
de nuevo su mirada clavada en la espalda mientras se dirigía al baño. La puerta
se cerró y se acercó al lavabo. Se miró en el espejo, tenía las mejillas
rosadas, el pelo algo alborotado y los labios levemente hinchados. No sabía ni
su nombre y quizá nunca lo sabría. «Menuda locura», se dijo. Decidió que se lo
tomaría como una fantasía, no le daría más vueltas. Acercó las manos a la cara
para retirarse el cabello y el olor a él le atravesó el pecho. Se había quedado
impregnado en sus manos y Tara se las acercó al rostro e inhaló su aroma,
cerrando los ojos, como si así pudiera absorberlo más profundamente. Tan sexy y
masculino. Le hubiera gustado retener ese olor para siempre.
Cuando
pasaron cinco minutos salió del baño con la duda de si estaría todavía allí. No
había nadie y se sintió algo aliviada, pero a la vez un poco decepcionada. «Qué
tonta eres Tara, ¿por qué le has dejado irse?».
Ya
eran casi las dos de la madrugada, y al salir a la calle notó la calurosa brisa
de la noche que contrastaba con el aire acondicionado del centro comercial
donde se encontraba el cine. El verano en Madrid era muy caluroso, incluso por
las noches. Había aparcado el coche algo lejos, ya que no había hueco en
ninguna parte cuando llegó. Otros dos vehículos acompañaban al suyo y apenas se
veía a gente por allí. Avanzó más rápido para meterse cuanto antes en el
coche. Solo se oía el sonido de sus tacones repicando contra el suelo. Buscó
las llaves en el bolso y, justo cuando iba a abrir la puerta, un cuerpo fuerte
y duro la empotró contra el coche.
—Te
dije que no había acabado contigo —le dijo susurrándole en el oído.
El
corazón retumbó salvajemente contra su pecho, una mezcla de miedo y lujuria la
invadió.
—Me
has asustado —logró decir.
Él se
apartó un poco de su cuerpo y ella se giró.
—Perdona,
no quería asustarte —contestó mientras le acariciaba la mejilla—. Sinceramente
no pretendía hacer las cosas así, pero cuando te he tocado…
Tara
vio algo de preocupación en sus profundos ojos oscuros y, de nuevo, el brillo
del deseo. El miedo que brevemente había sentido se evaporó. Si alguien le
hubiera contado que haría todo aquello lo hubiera negado hasta quedarse muda.
Podía ser un loco o algo peor, pero, aunque era extraño, no tenía miedo.
Inexplicablemente sentía una gran conexión con él.
La
fuerte mano bajó lentamente por su cuello. Con la yema de los dedos fue
haciendo un círculo por la clavícula, bajando hacia el inicio de los senos.
El pecho de Tara comenzaba de nuevo a subir y bajar rítmicamente.
—Debo
irme —murmuró.
—No,
aún no. ¿Cómo te llamas?
—Tara.
—Precioso…
Su
mano se deslizó por la fina cintura y la acercó a él. Sintió su erección
presionando contra ella. Con la otra mano la cogió del cuello y la besó, suave
y lentamente. Tara escuchó un gruñido salir de su masculina garganta. Al
parecer se estaba agitando cada vez más, tanto como le empezaba a ocurrir a
ella.
—Alguien
puede vernos —dijo Tara entre jadeos.
—Tienes
razón, lo siento. —Se separó un poco de ella, intentando mantener el control—.
Quiero volver a verte.
Ella no
supo qué contestar, su vida no era especialmente sencilla, por lo que no sabía
qué hacer. Todo había empezado como un juego, aunque, si era sincera consigo
misma, tenía que reconocer que también ella quería volver a verlo. Él la miraba
esperando una respuesta, y entonces hizo lo único que realmente necesitaba, se
dejó llevar de nuevo y lo besó. Quería recordar su sabor, la textura de
su lengua, antes de que todo terminara.
La
química entre ellos se desbordó de nuevo. Él la agarró del pelo por la nuca y le
echó la cabeza hacia atrás.
—Damyan,
ese es mi nombre. Repítelo.
—¿Cómo?
—contestó confusa.
—Di mi
nombre.
—Damyan…
—susurró.
—Bien,
recuérdalo porque vas a gritarlo una y otra vez cuando te corras para mí.
Su
ropa interior se mojó al instante; estaba siendo posesivo, dominante, pero en
vez de disgustarle la estaba excitando hasta lo indecible. En ese momento, él
la apretó contra el coche, sentía toda su anatomía chocando contra la suya y el
cálido aliento cerca de su boca. Clavó los ojos en ella:
—¿Qué
me estás haciendo Tara? No te imaginas cuánto te deseo, apenas puedo
controlarme. —Comenzó a torturarle el cuello con besos húmedos y a lamerle el
lóbulo de la oreja. Tara soltó un gemido.
—Nena,
dime que sientes lo mismo, dímelo ahora porque después no sé si podré parar.
—Sí…
—¿Sí
qué?
—Te
deseo, quiero que vuelvas a estar dentro de mí. Quiero sentir tu piel desnuda
sobre la mía.
Ella
le acariciaba el cuello, quería desnudarlo, sentir su ardiente piel sobre su
cuerpo. Le levantó la camiseta y él se la sacó por la cabeza. Sus ojos se
deslizaron hacia su pecho, bajando enseguida al fuerte abdomen. Era
perfecto, ansiaba tocarlo, no podía creer que le estuviera ocurriendo aquello,
ese hombre tenía unos duros pectorales, y el deseo se licuó por todo su cuerpo.
Sentía una fiera necesidad de tenerlo dentro, de ser suya de nuevo.
Le
desabrochó el pantalón y llegó hasta sus calzoncillos, se los bajó para acceder
a lo que realmente quería tener en sus manos. Acarició su dura y gruesa
longitud. Damyan no pudo reprimir un gemido.
—¡Joder!
Pensó
que iba a perder la razón si Tara seguía tocándolo como lo estaba haciendo,
suave y lento, como si supiera marcar el ritmo que él necesitaba en cada
instante. Un escalofrió lo invadió, vio cómo se mordía el labio inferior y por
un momento se imaginó la dulce boca femenina aprensando su pene. Qué dulce
tortura… Entonces ella bajó la mirada hacia su miembro y Damyan pensó que le
había leído el pensamiento. Se arrodilló y vio cómo se acercaba peligrosamente,
hasta que finalmente lo besó en el glande. Él apoyó ambas manos en el coche
para no caerse. No es que fuera la primera vez que alguien le había hecho
aquello, pero sí era la primera vez que sentía algo tan intenso.
Suavemente
lo succionó, introduciéndolo más en su tibia boca; Damyan movía las caderas al
ritmo que ella le marcaba… ¡Dios mío! Era muy hábil. La oyó gemir y una
corriente eléctrica de deseo lo atravesó.
—Para
nena… —ordenó.
Ella
no lo hizo y siguió torturándolo hasta que Damyan perdió el poco control que le
quedaba. La agarró haciendo que se incorporara y la apretó contra el coche.
—No te
imaginas lo que has hecho, Tara.
Tara
le sonrió de forma pícara y algo arrogante; lo estaba controlando, dominando,
pero sabía que no podría seguir haciéndolo por mucho más tiempo. Y así fue. Las
tornas cambiaron cuando él apretó los labios contra los suyos y violó su
boca, introduciendo la lengua salvaje, duramente, y ella respondió al beso con
la misma pasión. Ambos gemían, las manos de Damyan vagaban por todo su cuerpo.
Deslizó los tirantes del vestido y lo bajó bruscamente, le desabrochó el
sujetador y quedó totalmente expuesta ante él.
Tara
sabía que alguien podía verlos, pero ya no podía pensar, solo sentir, como le
había ocurrido en el cine. Él se separó por un momento para contemplarla.
—Eres…
perfecta.
Se
sintió inmensamente deseada, libre y a la vez demasiado expuesta a su
escrutinio. Debería sentir vergüenza, pero no lo hacía. Vio cómo él sacaba un
preservativo de la cartera y se lo puso con gran habilidad, como todo lo que
hacía. La apoyó en la parte delantera del coche y le dio la vuelta,
inclinándola. Sus pezones chocaron contra la fría carrocería que contrastaba
con su piel caliente.
Se
tumbó sobre ella y sintió el ardiente contacto, deslizó el pelo de su cuello y
la besó suavemente.
—Joder,
lo siento, quizá estoy siendo algo brusco.
—No,
por favor, no pares. No puedo más…
Su
mano bajó por la espalda hasta llegar a sus caderas: tan solo los separaba el
tanga para poder fundirse de nuevo. Se lo rasgó bruscamente y se quedó totalmente
desnuda ante él, exhibiendo el terso culo. Le acarició acercándose
peligrosamente a su oscuro agujero. Tara comenzó a jadear y cuando la penetró
sintió cómo lo absorbían sus húmedos pliegues.
Un
gruñido salió de su garganta, la estrechez de su vagina lo estaba matando,
todavía no la había podido introducir por completo. Salió y entró de nuevo,
invadiéndola, poseyéndola.
—Relájate
nena, déjame entrar.
Tara
lo sentía demasiado, la estaba llevando al abismo con sus embistes, era tan
grande que no entraba tan fácilmente aunque ella estuviera más que lista. El
baile que él ejercía sobre ella, entrando y saliendo, la iba a llevar al clímax
en breve. Sintió una estocada más profunda y lo percibió más adentro. Y ya no
pudo pensar, él aumento el ritmo y las sensaciones se multiplicaron; si había
alguien cerca, los gemidos y jadeos deberían alertarlo, pero no le importaba.
La brisa de la noche refrescaba su cuerpo sudoroso, que se frotaba contra el
coche y el cuerpo de Damyan.
Notaba
una gran conexión con él. Era la segunda vez que la poseía, pero sentía como si
le perteneciera desde hacía más tiempo.
—Oh
Dios, Damyan.
—Sí
nena, creo que ya no podré parar de follarte nunca más.
La
tocó el clítoris a la vez que no dejaba de penetrarla y Tara sintió que
llegaba al clímax de forma dura y salvaje.
—¡Damyan!
—gritó.
—Sí,
di mi nombre. —Y él llegó al cénit poco después al escucharla. Casi se
le doblaron las piernas por la fuerza del orgasmo.
Dejó
caer su cuerpo sobre el de ella. Ambos respiraban con fuerza. Él la besó en la
cabeza y se apartó. Cogió su vestido y le ayudó a ponérselo. Ahora, en vez de
bajarle el tirante, se lo subió. Deslizó su mano por el femenino cuello y la
acercó a sus labios. La beso dulcemente y por un momento eso la estremeció más
que todo lo que habían hecho antes. No quería separarse de él.
—No
quiero separarme de ti —le confesó Damyan como si le hubiera leído la mente.
—Bueno,
creo que yo tampoco he acabado contigo… —Y una pícara sonrisa curvó los labios
de Tara.
—¿Y si
tenemos una cita? —preguntó Damyan guiñándole el ojo.
OBRA REGISTRADA EN SAFE CREATIVE CON EL
Nº 1401289954418
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