Se despertó sobresaltada, de nuevo
el mismo sueño recurrente. Cada vez eran más nítidos, más fuertes. El sudor
perlaba su frente, el deseo insatisfecho le recorría el cuerpo. ¿Quién era él?
Al principio todo era demasiado borroso y confuso, pero poco a poco, iba siendo
capaz de apreciar más detalles.
El sueño siempre comenzaba de la
misma forma. Veía a una mujer vestida de blanco, con un libro en la mano, al
fondo unas esculturas esbeltas y alargadas.
En ese instante desaparecía, sentía
una presencia en su espalda que la observaba y, sin poderlo evitar, comenzaba a
temblar. Después de aquello el sueño podía continuar de formas muy distintas,
pero cada noche que pasaba iba subiendo la intensidad de sus caricias y el
anhelo era mayor.
Ese hombre misterioso que aparecía
en sus sueños, la provocaba y la excitaba de tal forma, que cuando lograba
despertarse, el deseo insatisfecho la consumía. Por mucho que se tocaran, por
mucho que se besaran, nunca podían llegar al clímax. Era una tortura.
Día a día se iba convirtiendo en
algo más pasional y a la vez más tormentoso. Cuando parecía que ambos iban a
llegar al ansiado momento, se despertaba sobresaltada. Siempre ocurría de la
misma forma; escuchaba un gran estruendo, parecido a una bandeja chocar contra
el suelo y el inconfundible sonido de unos vasos rompiéndose en pedazos. De
repente todo se volvía rojo y se despertaba angustiada, confundida y anhelante.
Hoy había sido el más intenso de
todos, él aparecía por detrás, le acariciaba el cabello de la nuca
retirándoselo hacia un lado. Con la otra mano sentía la yema de los dedos
subiendo por su brazo desnudo, sin poder evitarlo, su carne se convertía en
pequeños puntos receptivos. Sintió el cálido aliento fundirse en su cuello, sus
labios chocaron con su piel deslizándose lentamente hacia el hombro. Le agarró
el fino tirante que le estorbaba y, despacio, lo bajó por su brazo.
Poco a poco se dio la vuelta, se
encontró con sus ojos clavados en ella, esos ojos de un verde oscuro y
profundo. Tenía el pelo completamente rapado y en su ceja, sobresalía un aro de
metal que le hacía más misterioso e interesante.
—Bésame —le susurró con un tono
ronco y masculino.
Cuando iba a lanzarse hacia su
boca, desapareció, quedándose sola de nuevo. Escuchó risas a su alrededor, la
habitación comenzó a dar vueltas, estaba llena de gente que se quedaban
mirándola pero no se reían, solo la observaban. Una angustia crecía en su
interior, quería que la habitación dejara de girar para poder irse de allí. Se
puso a correr, corrió y corrió sin detenerse, aunque por más que lo hacía,
sentía que no avanzaba. Exhausta se paró y se apoyó en la pared. Cerró los
ojos, intentó coger aire y, en ese momento, una cálida mano la agarró
entrelazándose con la suya.
Abrió los ojos y ahí estaba de
nuevo, él tiró de ella, invitando a seguirle. Obedeció y se aferró a su brazo,
no quería que volviera desaparecer. Un segundo después, estaban en otra
habitación con un gran ventanal y una cama al fondo. Ahora, frente a frente, él
metió la mano entre su pelo y la acercó hacía su cuerpo. No quería despertar,
sabía que era un sueño, pero necesitaba su presencia, su compañía, todo lo que
él le ofrecía. Sus labios se unieron y el deseo se disparó, un gemido salió de
la boca masculina. La agarró de la cintura y la subió en la mesa que estaba
detrás de ella.
—¿Quién eres…? —preguntó Laila en
un susurro.
Él tapó su boca con un dedo
ordenándola callar de forma sutil. Le arrebató otro beso, mucho más intenso y
posesivo. Ella comenzó a desabrochar los botones de su camisa, quería tocarle,
sentir su cálida piel, la deslizó por sus hombros y se apartó de él.
Observó el fuerte y ancho tórax,
los brazos eran duros y gruesos, deslizó las manos por su piel. Abrasaba, tanto
como ella. Él apoyó la mano derecha en su muslo y fue subiendo poco a poco,
quemándola. Llegó hasta su caldeado centro, apartó el fino tanga hacia un lado
y penetró los dedos en su ardiente humedad. Jadeo excitada y echó la cabeza
hacia atrás. Él, cada vez más fogoso, arremetió contra su cuello, la agarró más
fuerte y succionó su piel, un escalofrió la atravesó. Iba a llegar al clímax.
La respiración de ambos se iba
alterando, el deseo era tal que apenas podía controlarse, quería fundirse con
él, besarle, tocarle hasta averiguar cada resquicio de su cuerpo. Comenzó a
desabrocharle los pantalones, pero percibía que llegaba el final, que su sueño
iba a concluir. De nuevo escuchó la bandeja contra el suelo y el sonido de los
cristales rompiéndose en mil pedazos. Después, el color rojo lo inundó todo.
Se incorporó en la cama y, se frotó
la cara, pasando las manos por el pelo. Cada día se desesperaba más. Fue al
baño y se miró en el espejo. El reflejo mostraba una mujer con el cabello rubio
y alborotado, su cara estaba sonrosada y el azul de sus ojos era aún más
intenso. Cuando fue a lavarse la cara, se vio algo en el cuello. Era como una
mancha, se acercó más. Parecía…
—¡Dios mío un chupetón! —dijo en
voz alta.
Lo tocó. ¿Cómo era posible?, no
había estado con nadie desde hacía un tiempo, no parecía una mancha, era el
típico ronchón que se quedaba una vez que alguien succionaba la piel. El único
beso que le habían dado recientemente era en…
—El sueño… —susurró—. No, esto no
es posible, me estoy volviendo loca.
Salió del baño y decidió irse a la
cama, mañana era un día muy largo en el trabajo y tenía que intentar dormir.
Pensó de manera racional, a lo mejor se había arañado o dado algún golpe sin
darse cuenta. Lentamente apoyó la cabeza en la almohada y después de dar mil
vueltas de un lado a otro, todo se fue volviendo borroso y la venció el sueño.
Apenas pudo concentrarse en el
trabajo, no podía parar de pensar en la marca del cuello. Los sueños que tenía
eran demasiado reales, estaba casi segura que el chico de sus sueños existía y
daría lo que fuera por conocerle. Buscó información sobre viajes astrales, o
cualquier cosa que pudiera explicar lo que estaba ocurriendo. Ella, que siempre
había sido tan racional, buscaba explicación en cosas ilógicas. Leyó como gente
que estaba muy unida podían tener esta clase de sueños, buscándose el uno al
otro, pero no le recordaba y, mucho menos, estaba unida a él, al menos en
la vida real, ya que de forma onírica sentía otra cosa completamente distinta.
Finalmente llegó a casa y se cambió
de ropa. Había quedado con Sofía para ir a una exposición de cuadros a la que
intentaban ir todos los años. Se puso un vestido negro de tirantes, ajustado
hasta la cintura y más suelto por debajo, hacía calor y así estaría más fresca.
Se recogió el pelo y se puso las sandalias de tacón.
Llevaba media hora esperando a su
amiga, cuando la llamó y le confirmó que le había surgido algo en el trabajo de
última hora y que se iba a retrarsar. Laila decidió esperarla dentro. No había
mucha gente, comenzó a ver los distintos cuadros que estaban colgados, la
mayoría eran fotos en blanco y negro. Cogió un refresco que le ofrecía un
camarero y de repente se quedó paralizada. Allí, frente a ella, en un cuadro en
blanco y negro, estaba la mujer de su sueño, con el libro en la mano y las
esculturas detrás. En ese momento lo recordó, lo había visto en la exposición
del año anterior. Por eso siempre le había parecido tan familiar.
Como en su sueño, creyó percibir
una presencia detrás de su espalda, se giró rápidamente y no había nadie. Miró
a su alrededor, pero no reconoció a ninguna persona que estaba allí. No sabía
el motivo, pero su corazón palpitaba cada vez más fuerte.
—Dios, no puedo creer que estés
aquí —susurró una voz masculina detrás de su espalda.
Se dio la vuelta y allí estaba él,
desnudándola con la mirada, tan intenso y sexy como en sus sueños. Con el
pendiente en la ceja y extremadamente erótico. Sin poderlo evitar se le cayó el
vaso al suelo. Él sonrió.
—Parece que eres una experta en
romper vasos.
Entonces recordó todo, doce meses
atrás, en esa misma exposición, se dio la vuelta bruscamente y, el camarero que
justo pasaba por su lado, chocó con ella y la bandeja con las bebidas cayó al
suelo produciendo un gran estruendo. Recordó como todo el mundo se quedó
mirándola y, al observar a su alrededor, percibió unos intensos ojos verdes
clavados en ella. Él llevaba puesto una camiseta roja. Rápidamente ayudó al
camarero a recoger los vasos y en cuanto pudo huyó y se fue al baño para que la
gente dejara de mirarla. Su consciente se había olvidado de él, pero no su
subconsciente.
Ahora estaban frente a frente. Se
aproximó más hacia ella y, despacio, acercó la masculina mano hacia su cara, la
acarició suavemente la mejilla, de forma tan tierna que a Laila la descolocó y
fue invadida por millones de sensaciones.
—Laila…
—¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó
algo alarmada.
—Es lo único que pude averiguar de
ti, desde entonces te he estado buscando, pero no fui capaz de dar contigo.
Solo pude encontrarte en mis sueños…
La miraba como si fuera un
espejismo y tuviera que tocarla para comprobar que era real.
—¿Quién eres? —dijo ella apenas sin
voz.
—Alex, mi nombre es Alex.
De pronto se asustó, estaba delante
del hombre con el que soñaba, al que deseaba cada noche, era real. Su simple
caricia la puso demasiado nerviosa.
—Lo siento —dijo Laila
Y se fue corriendo, recordó los
baños donde se había refugiado la vez anterior. Estaban alejados, al fondo de
la galería, nadie iba allí. Necesitaba respirar, aclararse, no sabía que estaba
ocurriendo. Llegó y abrió rápidamente la puerta, se apoyó en ella intentando
coger aire. Al fondo vio un gran ventanal, como el de su sueño, parecía que
todo se había quedado grabado en una parte profunda de su mente. A la izquierda
había tres lavabos rodeados de mármol marrón. Se aproximó a uno de ellos y
abrió el grifo, acercó los labios al agua y comenzó a beber. Escuchó la puerta
y se incorporó. Allí estaba de nuevo. Le había seguido.
—Sigue bebiendo —le dijo con un
tono sensual y erótico.
Ella obedeció y volvió a acercar
sus labios al agua. Vio como se aproximaba y dejaba un vaso en el marmol del
lavabo. Acercó sus manos en forma de cuenco, ofreciéndose a que bebiera
de ellas. Se dejó llevar y tragó el fresco líquido transparente, sacó la lengua
y lamió sus dedos suavemente. Escuchó un gruñido. Le había excitado con ese
sensual toque.
Se incorporó y clavó sus ojos en
los de él. Se secó la boca con la mano. No podía evitar sentir esa fuerte
atracción, estaban tan cerca, solos y por fin era real.
—¿Sientes lo mismo que yo? —le dijo
a la vez que la arrinconaba contra la pared.
—¿Qué sientes?
—Un deseo primitivo e irracional
por tu cuerpo, por tocarte, besarte, acariciarte y descubrir cada parte de ti.
Desde que te vi, no he podido sacarte de mi cabeza. Te veía en mis sueños cada
noche y ahora estás aquí, a mi lado. No puedo dejarte escarpar, siento que
formas parte de mí en muchos sentidos, siento que eres mía…
No hizo falta que ella contestara,
la soltó la pinza que tenía en el pelo y ambos se abalanzaron el uno hacia el
otro, la estaba desnudando. Laila sentía sus manos mojadas recorriendo su
cuello, bajando hacia el pecho. Apretó su pezón humedeciéndolo con la mano. Él
se apartó y se sacó la camiseta por la cabeza.
A Laila casi se le paraliza el
corazón, su cuerpo era perfecto, no podía esperar para tocarle, esta vez de
verdad. Sentir realmente su piel, su tacto, es lo único que ansiaba. La cogió
de la nuca, como en su sueño y la aprisionó contra su cuerpo. Se acercó a su
boca y la devoró, salvaje y profundamente. Se besaban como si de pronto se
fueran a volver a despertar, querían consumirse hasta saciarse por todo aquel
tiempo de anhelo no concebido.
—Joder, estoy tan duro que voy a
reventar.
Ambos siguieron desnudándose,
jadeando, sin dejar de tocarse, besarse. La fue llevando hasta la ventana. La
abrazó, quería sentir su calor, el ardor de su cuerpo, olió su pelo y
volvió a saborear su boca.
—Tantas noches soñando contigo.
Ahora puedo olerte, saborearte, acariciarte —le dijo excitado.
—Por favor, que esto no sea un
sueño.
—No nena, no lo es.
La levantó y la sentó en el
saliente de la ventana.
—Hazlo ya —le dijo ella ansiosa.
Él obedeció, cogió su grueso pene y
de una estocada la embistió, ambos gimieron, ambos se movían como si se fueran
a despertar, ansiosos, excitados. Laila le arañaba la espalda, mientras él la
besaba salvajemente a la vez que la penetraba una y otra vez, cada vez más
profundo, cada vez más fuerte.
Ella llegó primero, el clímax rugió
desde lo más profundo de su ser haciéndola gritar y él la siguió detrás.
Liberaron todo el deseo insatisfecho que les había acompañado durante todo ese
tiempo, explotaron por todas las sensaciones reprimidas que cada día los había
consumido.
Se abrazaban exhaustos, jadeando,
pero en ese instante, el sonido de un vaso rompiéndose contra el suelo hizo
despertar sus temores. Asustada le abrazó, no quería que desapareciera de su
vida. Esta vez había sido tan real, no podía creer que fuera un sueño.
Ambos miraron al suelo y Alex
sonrió.
—Tranquila. Era la copa que había
dejado en el mármol cuando entré en el baño —clavó sus ojos en los de ella.
—Soy real y te lo voy a demostrar hora tras hora, día tras día.
Ella le acarició el rostro y le
abrazó. Cerró los ojos y lentamente le besó, el beso de una promesa, de un
comienzo, de un sueño hecho realidad.
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